Un puñado de reporteros indignados aguardaba ayer la vuelta del secretario de Estado, Anthony Blinken, y el secretario de Defensa, Lloyd Austin. Después de seguirlos por medio mundo hasta los umbrales del infierno, el Gobierno americano los dejó encerrados en una base militar de la frontera polaca. Desde allí recibieron las noticias de su visita a Kiev a través de la prensa ucraniana, que también fue la primera en revelarla, después de que Volodímir Zelenski rompiera el secreto.

Eso pasa cuando los intereses de unos y otros no coinciden. Después de reunirse durante tres horas con Zelenski y su gabinete, el jefe del Pentágono cree que los intereses de ambos países están alineados. «Ellos tienen la mentalidad de que quieren ganar, y nosotros tenemos la mentalidad de que queremos ayudarles a ganar», dijo. Zelenski les había pedido públicamente que no fueran «con las manos vacías», y no lo hicieron. La partida de 713 millones en efectivo que se repartirá entre Ucrania y algunos países de la OTAN en Europa del Este supone para Kiev 322 millones en ayuda directa, que se suma a los 800 en armamento anunciados por el presidente Joe Biden apenas el jueves pasado. «Y el sábado los cañones Howitzer de 155 milímetros ya estaban en Ucrania», presumió Austin. «¡Eso es una velocidad inimaginable!».

Nadie sabe cómo EE UU ha podido desplegarlos directamente «al frente», según dijo Biden, porque los detalles de esa logística eran tan secretos como los del viaje hasta que Zelenski lo reveló cuando ya estaban en pleno vuelo. Sus intereses no siempre están tan alineados como aparentan. Kiev quiere expulsar al Ejército ruso de su territorio y Washington, que Rusia salga de esta guerra tan debilitada «que no pueda hacer el tipo de cosas que ha hecho en Ucrania». Para eso ha acompañado la entrega de los Howitzers, que requieren de entrenamiento, con cientos de miles de rondas de munición de artillería y se encargará de que el resto de los 30 países involucrados los sigan alimentando.