El espacio profundo es, por definición, el reino del vacío absoluto. A lo largo de miles de millones de años luz solo se encuentran galaxias, agujeros negros, estrellas y planetas flotando en un océano de nada. Sin aire ni agua que sirvan de medio, el universo es un lugar completamente silencioso: las ondas sonoras no pueden propagarse allí.
Escuchar el cosmos a través de la ciencia
Cuando los científicos hablan de “sonidos cósmicos”, no se refieren a ruidos reales, sino a un proceso llamado sonificación, que consiste en convertir datos y señales no acústicas en sonidos audibles. Así, los astrónomos logran “escuchar” fenómenos como los agujeros negros o las ondas gravitacionales, transformando números en notas.
Esta técnica permite traducir el lenguaje invisible del universo en vibraciones que nuestros oídos pueden percibir.
El chirrido que cambió la historia
Uno de los ejemplos más emblemáticos ocurrió el 14 de septiembre de 2015, cuando los científicos detectaron por primera vez ondas gravitacionales, teorizadas un siglo antes por Albert Einstein. El evento, conocido como GW150914, se originó a 1,300 millones de años luz de la Tierra, cuando dos agujeros negros colisionaron y se fusionaron.
El hallazgo fue posible gracias a los interferómetros, instrumentos con espejos y láseres capaces de detectar deformaciones del espacio-tiempo mil veces más pequeñas que un núcleo atómico.
Al convertir los datos obtenidos en sonido, los investigadores escucharon un breve chirrido ascendente, resultado de la aceleración de los agujeros negros antes de fusionarse.
Un eco del cosmos
Este sonido, más cercano a una “audificación” que a una sonificación, se ubicó entre los 35 y 250 hercios, dentro del rango audible para el oído humano. En apenas un instante, el universo “habló” por primera vez, permitiendo a la humanidad escuchar la vibración del espacio-tiempo y abrir una nueva era para la astronomía.


 
