La inteligencia artificial generativa ha abierto la puerta a una nueva forma de “inmortalidad”: recrear digitalmente a personas fallecidas con su voz, imagen, gestos e incluso memoria. Lo que parecía ciencia ficción se ha convertido en un negocio en expansión con empresas como Seance AI, StoryFile, Replika, MindBank Ai o HereAfter AI, que ofrecen chatbots basados en datos personales de personas muertas, en lo que algunos llaman “resurrección digital”.
What does Quantum physics have to do with you?
— MindBank Ai (@MINDBANKai) August 16, 2025
Physicists are starting to realize that time and space are interconnected across the universe and that reality isn’t determined until it is observed. Our vision has always been to “go beyond space or time” and while your physical… pic.twitter.com/C5PL7uY31n
El derecho a “estar muerto” no existe
El problema es que no todos desean ser recordados de esta manera. Y, como advierte la jurista Victoria Haneman, autora de The Law of Digital Resurrection publicada en Boston College Law Review, la legislación estadounidense prácticamente no ofrece herramientas para impedirlo.
Según Haneman, el patrimonio de una persona fallecida carece de un derecho claro a exigir la eliminación de sus datos. Esto implica que, incluso si alguien en vida manifestó no querer ser recreado digitalmente, sus datos podrían usarse sin su consentimiento póstumo.
La Ley Revisada Uniforme de Acceso Fiduciario a los Activos Digitales (RUFADAA) regula el acceso de herederos a archivos digitales, pero no impide la recreación no autorizada. Plataformas como Facebook permiten “conmemorar” cuentas, pero no eliminarlas por completo.
En contraste, Europa ha incorporado el “derecho al olvido” en el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), lo que en países como Francia e Italia permite a los herederos borrar información de un fallecido. Para Haneman, este enfoque difícilmente prosperaría en Estados Unidos, donde podría verse como una violación a la Primera Enmienda.
El negocio (y la polémica) de resucitar a famosos
La IA también ha encontrado terreno en el mundo del espectáculo. Celebridades como Carrie Fisher, Paul Walker o Anthony Bourdain han sido recreadas digitalmente para completar proyectos; mientras que Elvis Presley y Whitney Houston se han presentado en escenarios mediante hologramas. Marcas han recurrido a íconos como Humphrey Bogart, Tupac o Elis Regina en campañas publicitarias.
Aunque unos 25 estados de EE.UU. protegen de forma limitada el derecho de publicidad post mortem, es decir, el uso comercial de nombre o imagen de un fallecido, la monetización plantea dilemas éticos. Incluso con autorización de herederos, surgen cuestionamientos sobre si estas “resurrecciones” manipulan la memoria del público o distorsionan la imagen del difunto.
Los muertos como “cuasi-personas”
La propuesta de Haneman se inspira en la regulación de los restos humanos: aunque los cadáveres no son legalmente ni personas ni propiedad, reciben protección contra abusos. Extender esta lógica a los datos digitales permitiría crear un “derecho de supresión” limitado, por ejemplo de 12 meses tras la muerte, para equilibrar el interés social con el respeto a la memoria del fallecido.
De este modo, no se prohibiría la recreación digital en sí, pero se protegería la “materia prima” (los datos), frenando prácticas comerciales no autorizadas.
Una conversación en desarrollo
La resurrección digital coloca a la ley en un terreno inexplorado, en la intersección de la privacidad, la propiedad intelectual, la libertad de expresión y la ética tecnológica.
“La muerte es un evento legalmente único y liminal: ni la persona ni sus datos están completamente desprovistos de protección, pero las reglas actuales no están diseñadas para este nuevo escenario”,
—Victoria Haneman.
Mientras tanto, la industria de la “vida digital después de la muerte” crece aceleradamente. El mercado de IA conversacional, base de muchos de estos llamados “griefbots”, pasará de 13,200 millones de dólares en 2024 a casi 50,000 millones en 2030, según estimaciones citadas en el estudio.
Haneman concluye que, así como en vida decidimos cómo se usa nuestra información, deberíamos poder decidir también cómo —y si— queremos seguir “existiendo” después de morir.