El documental restaurado Pink Floyd: Live at Pompeii, filmado en 1972 por Adrian Maben, se proyectó durante tres días en salas IMAX, ofreciendo una experiencia visual y sonora sin precedentes.
La versión remasterizada de este emblemático concierto sin público permitió redescubrir una obra maestra del arte fílmico y musical, ahora con una calidad que amplifica su valor artístico y emocional. Se espera próximamente el lanzamiento en vinilo, que conservará la fidelidad sonora presentada en cines.
Una obra que trasciende el tiempo
En pantalla, la magnificencia visual de Pompeya y la potencia musical de Pink Floyd confluyen para ofrecer un espectáculo introspectivo. La experiencia se abre con Echoes, pieza del álbum Meddle (1971), cuyo sonido inicial —una nota percusiva, electrónica, casi líquida— revela, bajo la potencia tecnológica del cine, su verdadera naturaleza: una evocación de la música estática de Gyorgy Ligeti.
“Ponga a sonar, hermosa lectora, amable lector, el inicio de Echoes y estará de acuerdo en el aserto. La mente viaja hacia 2001: A Space Odyssey y luego hacia Eyes Wide Shut.”
Ligeti, influenciado por el funcionamiento cerebral, exploró sonidos que el oído humano percibe como masas o nubes. En obras como Lontano y Atmospheres, logró lo que llamó micropolifonía: una música que no avanza por ritmo o melodía convencional, sino por sensación de espacio y densidad sonora.
Pink Floyd y la música quieta
Esta idea de música como espacio también permea Echoes, donde:
“La música fluye sin principio ni final. El tiempo se congela. Todo es proximidad o lejanía, según la intensidad.”
La letra cantada a dúo por Roger Waters y Richard Wright refleja esta percepción:
“Arriba, cuelga el albatros
inmóvil en el aire
Y en lo profundo de las olas
corales como cuevas en laberintos
Suena el eco de un tiempo distante”
El escenario, la antigua Pompeya, fue elegido por Maben para subrayar la atemporalidad de la obra. La ciudad, sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79, ofrece un marco cargado de simbolismo y belleza trágica.
Una joya sonora, visual y emocional
El documental incluye también momentos de humor y ternura, como la pieza Mademoiselle Nobs, un blues interpretado junto a una perrita borzoi que canta con la banda.
Así, el filme no solo revalida el legado musical de Pink Floyd, sino que se convierte en un evento cultural que emociona, remueve y trasciende.
El acontecimiento cultural del momento no solo nos recuerda la genialidad de Pink Floyd, sino también la capacidad del arte para unir lo antiguo con lo moderno, lo intelectual con lo emocional, el furor con la quietud.